Cincuenta y ocho años después
Volver
con la frente
marchita,
las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Alfredo Le Pera - Carlos Gardel
Estoy viviendo en la ciudad de Minas, capital del
departamento de Lavalleja, República Oriental del Uruguay.
Fueron motivos muy importantes los que determinaron
que trasladara mi domicilio a esta ciudad. De mis cuatro hijos, los tres que
viven en Uruguay y sus familias colaboraron con dicha extraña decisión
ayudándome a seleccionar una vivienda en ella, y luego en mi mudanza e
instalación. Cuando el 1º de marzo de este año anocheció me encontró viviendo
nuevamente aquí, cincuenta y ocho años después de haberme alejado de esta
localidad.
Estrictamente yo no había vivido en la propia ciudad
sino en el campo, a ocho kilómetros de ella en el serrano predio de la Compañía
Salus, donde mi padre administraba la famosa "Fuente del Puma"; esto
considerando que uno "vive" -es decir, habita, mora, reside- donde
tiene su hogar, su casa, su domicilio, en fin, su "vivienda". Pero si
por "vivir" entendemos ir al liceo, entablar amistades, despertar de
la adolescencia con los primeros amores, concurrir a fiestas, bailes, reuniones
de estudio y todas las acciones sociales que constituyen el sentido fuerte del concepto
"vivir", ¡vaya si viví en Minas!
La "vida", no obstante, me llevó a realizar
mis estudios terciarios en Montevideo, y así fue que en marzo de 1956 me alejé
de mi hogar para residir con algunos amigos de esta ciudad que eligieron el
mismo rumbo en pensiones y apartamentos de estudiantes, como otro residente minuano
en mi ciudad natal. Al igual que ellos mantuve una umbilical dependencia con mi
familia y con la capital de las sierras, hasta que con el trascurrir del tiempo
me independicé económicamente, contraje matrimonios y llegaron los hijos. Mi
nexo con Minas aun se extendió durante los veinticinco años que mis padres continuaron
residiendo en Salus. Sin embargo a partir de su regreso a Montevideo en 1981, paulatinamente
se redujo la frecuencia de mis visitas; venía solamente a ceremonias tales como
bodas, sepelios, reuniones con ciertos grupos de amigos -algunas de varios días-,
actos culturales y en algunas pocas ocasiones más. Como buena parte de mis
amistades en Montevideo estaba formada por minuanos que se habían afincado en ella,
como yo, pero cuyas visitas al hogar original eran frecuentes, por su
intermedio me mantuve informado sobre los principales aconteceres de la ciudad
de las sierras, o más bien sobre los conocidos que vivían en ella. En los
últimos años fui convocado por los integrantes de la Casa Residentes de
Lavalleja, de cuya Comisión Directiva formé (y aun formo) parte.
Y aquí estoy, contento con el cambio y reinsertándome
de a poco en su vida social.
Durante los meses en que fui madurando la idea de retornar,
traté de imaginar cómo sería mi nueva vida, cómo me reencontraría con mis
antiguas amistades y cómo adaptaría mis rutinas y actividades a las costumbres
locales. Durante esos cincuenta y ocho años había mantenido una relación, a
veces estrecha y otras no tanto, con unos pocos amigos, los más íntimos, y
estaba al corriente de sus vidas, pero de muchos otros no supe casi nada.
A poco de llegar establecí contacto con cuatro o
cinco de esos amigos y amigas y algunas de sus familias como ya habíamos
convenido, y en las conversaciones me fui enterando sobre los avatares de
otros. Cada vez que averiguaba por alguien, con temor preguntaba: ¿vive? ya que
eran de mi generación, por lo tanto de avanzada edad. Y la respuesta en muchos casos
fue negativa.
A medida que pasaron los primeros días, deambulando
por el centro pronto fueron apareciendo muchos antiguos compañeros con los que
rápidamente entramos en amenas tertulias, generalmente cargadas de recuerdos y
anécdotas.
Y mi imaginación me tendió una trampa, al apoyarse
ingenuamente en los cortos videos y escasas fotografías que mi memoria le
brindaba, sin percatarme de que el tiempo también trascurrió en sus vidas y
costumbres, así como en las de la ciudad. Caí en la cuenta con asombro y
decepción de que sobre la mayoría no sabía nada. Había dejado de estar al tanto
de sus vidas cuando estas recién comenzaban, eran jóvenes y en su mayor parte
aun no habían formado un hogar ni comenzado su vida laboral, al menos la
definitiva. Y ahora unos están viudos, otros divorciados, pocos todavía viven
con sus esposas o maridos, muchos tienen nietos, casi todos están jubilados o
finalizaron su etapa laboral, varios vivieron durante prolongados lapsos en otros
países; para situarme tengo que preguntarles, a ellos mismos o a veces por
vergüenza a otros, sobre qué hicieron "en la vida", cómo les fue, que
familia formaron... Observo cómo son, cómo están, pero para saber realmente
quiénes son debo interiorizarme sobre qué les ocurrió durante mi prolongado
ostracismo de cincuenta y ocho años, en qué contexto vivieron, cuál fue su
"circunstancia" según el modelo de Ortega y Gasset; siento mi
ignorancia al respecto como si hubiera estado durmiendo mientras se
desarrollaban sus vidas.
¡Yo durmiendo mientras se desarrollaban sus vidas! Esa
metáfora de inmediato me trajo a la memoria la historia de Rip Van Winkle[1]
disfrutada en mi ya lejana niñez.
Rip Van Winkle
El retorno de Rip Van Winkle. John Quidor
Este simpático protagonista del famoso cuento que
lleva su nombre, escrito por el inglés Washington Irving y publicado en 1809,
era un habitante de una colonia de holandeses a orillas del río Hudson en Norte
América en la segunda mitad del siglo XVIII, que después de beber
abundantemente una especie de ginebra con que lo convidaron unos misteriosos
personajes en la cima de una montaña cercana a su aldea, se quedó dormido
durante veinte años. Cuando despertó y regresó a su villa sólo unos pocos
amigos que aun vivían lo reconocieron, aunque tardaron mucho en hacerlo. Se
enteró con alivio de que su mujer había fallecido y con dolor de que también su
perro había muerto. Su propia hija, que tampoco lo reconoció, se había casado y
Rip tenía un nieto. Le costó mucho comprender lo sucedido en esos veinte años,
durante los cuales se libró la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos
de América. No obstante logró reinsertarse en su población y la graciosa
narración finaliza diciendo que "Rip
reanudó sus viejos paseos y costumbres; pronto encontró muchos de sus antiguos
compañeros, aunque el tiempo no los había hecho mejores" y "No teniendo nada que hacer en casa, y
habiendo llegado a aquella feliz edad en que un hombre puede impunemente
dedicarse a la holgazanería, ocupó una vez más su lugar en el banco de la
taberna". Las emociones que debe haber experimentado el bueno de Rip
tuvieron que ser muy parecidas a las que experimento en mi actual escenario
minuano.
Epiménides
"Hablar ante el pueblo es más
difícil que hacerlo en un juicio. Y es natural, por cuanto [la oratoria
política] trata de asuntos futuros, mientras que la forense se ocupa de hechos
pasados, que son susceptibles de conocimiento científico hasta para los
adivinos, como afirmó Epiménides de Creta (él, en efecto, no hacía sus
adivinaciones sobre lo que iba a ocurrir, sino sobre los hechos pasados que
permanecían oscuros)"…
Epiménides de
Cnossos
A continuación y por sorpresa mi memoria me alcanzó
el recuerdo de otro célebre sueño de similares características que por una
insólita coincidencia tuvo casi la misma extraña extensión que el lapso en que
estuve "dormido" para Minas.
La historia de este sueño -que no es cuento ya que ha
sido narrada por numerosos historiadores de la antigüedad, aunque tiene
características de mito- es parte de la de Epiménides, nada menos que uno de
los archifamosos "Siete sabios" de Grecia[3].
Este fue un legendario poeta y filósofo nacido en Cnossos (Creta) que vivió en el
siglo VI a. C., y que quedó en los anales de la Lógica por haber inventado su
famosa paradoja: "Todos los
cretenses son mentirosos" afirmación que no puede ser verdadera ya que
la dice él que era cretense; pero si es falsa, implica que los cretenses no son
mentirosos, y entonces es verdadera, y este enredo sigue dando que hablar desde
hace más de dos milenios y medio.
Refiere Diógenes Laercio, importante historiador
griego de filosofía clásica que -se cree- nació en el siglo III d.C,[4]
lo siguiente: "Enviado en cierta
ocasión por su padre al campo, en busca de una oveja, se desvió del camino al
mediodía y se quedó dormido en una cueva durante cincuenta y siete años. Al
levantarse después, se puso a buscar su oveja y, como no la encontró, regresó
al campo, que encontró todo cambiado y en posesión de otro, de forma que se
dirigió de vuelta a la ciudad sin salir de su asombro. Y allí, al entrar en su
casa, se encontró con la gente que le preguntaba quién era, y al fin halló a su
hermano menor, que ya se había hecho un viejo, y supo de él toda la verdad. Al
ser reconocido pasó a ser considerado entre los griegos un favorito de los
dioses".
¡Cincuenta y siete años durmiendo Epiménides,
cincuenta y ocho yo! ¿casualidad? Según E. R. Dodds "se dice también de Epiménides que pretendía ser una reencarnación de
Eaco, y haber vivido muchas vidas en la tierra"[5]
¿Seré una reencarnación de Epiménides, una re-reencarnación de Eaco?
Adenda
Pero lo mío es tan sólo una sensación. No estuve
durmiendo cincuenta y ocho años, sino viviendo en un mundo paralelo al de mis
conocidos y amigos de Minas, con escaso contacto entre ambos, lo que provocó un
hueco en la información mutua. Ciertamente tanto yo como Rip Van Winkle y
Epiménides perdimos la oportunidad de "vivir con" esos compañeros y
amigos, de "con-vivir" durante esos períodos.
Si bien "las horas que pasan ya no vuelven
más" como dice Lepera con la voz de Gardel, poniéndonos al día sobre lo
ocurrido en nuestras vidas, tal vez podamos recuperar parte de lo perdido. En
las conversaciones que estoy manteniendo con esos compañeros y amigos, y en las
que planeo entablar con otros con quienes todavía no me encontré, algunos
espontáneamente me refieren sus cosas; de las de otros me entero por terceros y
cuando me preguntan sobre mi vida en ese tiempo, también yo tengo mucho -bueno
y malo; feliz y desgraciado- para contarles. Ahora es sólo cuestión de
aprovechar el tiempo que nos reste.
Y como también yo alcancé la "feliz edad en que un hombre puede
impunemente dedicarse a la holgazanería" espero contar con el tiempo necesario
para atender también a mi mundo montevideano, en el cual viven dos de mis hijos
con sus familias, tres amigos íntimos, y muchos queridos familiares, amigos y
amigas; y al de la ahora próxima población de Villa Rosario, donde viven mi
hijo mayor, su mujer y dos de mis nietos; el deseo de con-vivir con ellos fue
uno de los motivos que cité al comienzo de esta narración.
Carlos L. Abraira
Minas, octubre de 2014.
[1]
Washington Irving - Rip Van Winkle - Trad. de José Novo Cerro - Madrid, Espasa
Calpe, 1947. Vale la pena leerlo en: http://www.cervantesvirtual.com/
[2] Aristóteles - Retórica - Trad. De Quintín Racionero - Madrid, Gredos, 1990, pág. 584.
[2] Aristóteles - Retórica - Trad. De Quintín Racionero - Madrid, Gredos, 1990, pág. 584.
[3]
Carlos García Gual - Los siete sabios (y tres más) - Madrid, Alianza, 1989.
[4]
Diógenes Laercio - Vida y opiniones de los filósofos ilustres - Trad. de Carlos
García Gual - Madrid, Alianza, 2007
[5]
Eric Robertson Dodds - Los griegos y lo irracional - Madrid, Alianza, 1980;
pág.140.


Me tomé el tiempo necesario para leer tu publicación, con una narrativa a la que nos tienes acostumbrados, pero no por ser cotidiana pierde su exquisita idiosincrasia , espero y deseo continúes compartiendo " tu historia " incluyendo escenarios , nombres y tiempos. !!! un abrazo grande : Rayito Chaparro .
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