lunes, 12 de enero de 2015

Cincuenta y ocho años después

Volver
con la frente marchita,
las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Alfredo Le Pera - Carlos Gardel

Estoy viviendo en la ciudad de Minas, capital del departamento de Lavalleja, República Oriental del Uruguay.
Fueron motivos muy importantes los que determinaron que trasladara mi domicilio a esta ciudad. De mis cuatro hijos, los tres que viven en Uruguay y sus familias colaboraron con dicha extraña decisión ayudándome a seleccionar una vivienda en ella, y luego en mi mudanza e instalación. Cuando el 1º de marzo de este año anocheció me encontró viviendo nuevamente aquí, cincuenta y ocho años después de haberme alejado de esta localidad.
Estrictamente yo no había vivido en la propia ciudad sino en el campo, a ocho kilómetros de ella en el serrano predio de la Compañía Salus, donde mi padre administraba la famosa "Fuente del Puma"; esto considerando que uno "vive" -es decir, habita, mora, reside- donde tiene su hogar, su casa, su domicilio, en fin, su "vivienda". Pero si por "vivir" entendemos ir al liceo, entablar amistades, despertar de la adolescencia con los primeros amores, concurrir a fiestas, bailes, reuniones de estudio y todas las acciones sociales que constituyen el sentido fuerte del concepto "vivir", ¡vaya si viví en Minas!
La "vida", no obstante, me llevó a realizar mis estudios terciarios en Montevideo, y así fue que en marzo de 1956 me alejé de mi hogar para residir con algunos amigos de esta ciudad que eligieron el mismo rumbo en pensiones y apartamentos de estudiantes, como otro residente minuano en mi ciudad natal. Al igual que ellos mantuve una umbilical dependencia con mi familia y con la capital de las sierras, hasta que con el trascurrir del tiempo me independicé económicamente, contraje matrimonios y llegaron los hijos. Mi nexo con Minas aun se extendió durante los veinticinco años que mis padres continuaron residiendo en Salus. Sin embargo a partir de su regreso a Montevideo en 1981, paulatinamente se redujo la frecuencia de mis visitas; venía solamente a ceremonias tales como bodas, sepelios, reuniones con ciertos grupos de amigos -algunas de varios días-, actos culturales y en algunas pocas ocasiones más. Como buena parte de mis amistades en Montevideo estaba formada por minuanos que se habían afincado en ella, como yo, pero cuyas visitas al hogar original eran frecuentes, por su intermedio me mantuve informado sobre los principales aconteceres de la ciudad de las sierras, o más bien sobre los conocidos que vivían en ella. En los últimos años fui convocado por los integrantes de la Casa Residentes de Lavalleja, de cuya Comisión Directiva formé (y aun formo) parte.
Y aquí estoy, contento con el cambio y reinsertándome de a poco en su vida social.
Durante los meses en que fui madurando la idea de retornar, traté de imaginar cómo sería mi nueva vida, cómo me reencontraría con mis antiguas amistades y cómo adaptaría mis rutinas y actividades a las costumbres locales. Durante esos cincuenta y ocho años había mantenido una relación, a veces estrecha y otras no tanto, con unos pocos amigos, los más íntimos, y estaba al corriente de sus vidas, pero de muchos otros no supe casi nada.
A poco de llegar establecí contacto con cuatro o cinco de esos amigos y amigas y algunas de sus familias como ya habíamos convenido, y en las conversaciones me fui enterando sobre los avatares de otros. Cada vez que averiguaba por alguien, con temor preguntaba: ¿vive? ya que eran de mi generación, por lo tanto de avanzada edad. Y la respuesta en muchos casos fue negativa.
A medida que pasaron los primeros días, deambulando por el centro pronto fueron apareciendo muchos antiguos compañeros con los que rápidamente entramos en amenas tertulias, generalmente cargadas de recuerdos y anécdotas.
Y mi imaginación me tendió una trampa, al apoyarse ingenuamente en los cortos videos y escasas fotografías que mi memoria le brindaba, sin percatarme de que el tiempo también trascurrió en sus vidas y costumbres, así como en las de la ciudad. Caí en la cuenta con asombro y decepción de que sobre la mayoría no sabía nada. Había dejado de estar al tanto de sus vidas cuando estas recién comenzaban, eran jóvenes y en su mayor parte aun no habían formado un hogar ni comenzado su vida laboral, al menos la definitiva. Y ahora unos están viudos, otros divorciados, pocos todavía viven con sus esposas o maridos, muchos tienen nietos, casi todos están jubilados o finalizaron su etapa laboral, varios vivieron durante prolongados lapsos en otros países; para situarme tengo que preguntarles, a ellos mismos o a veces por vergüenza a otros, sobre qué hicieron "en la vida", cómo les fue, que familia formaron... Observo cómo son, cómo están, pero para saber realmente quiénes son debo interiorizarme sobre qué les ocurrió durante mi prolongado ostracismo de cincuenta y ocho años, en qué contexto vivieron, cuál fue su "circunstancia" según el modelo de Ortega y Gasset; siento mi ignorancia al respecto como si hubiera estado durmiendo mientras se desarrollaban sus vidas.
¡Yo durmiendo mientras se desarrollaban sus vidas! Esa metáfora de inmediato me trajo a la memoria la historia de Rip Van Winkle[1] disfrutada en mi ya lejana niñez.

Rip Van Winkle

El retorno de Rip Van Winkle. John Quidor

Este simpático protagonista del famoso cuento que lleva su nombre, escrito por el inglés Washington Irving y publicado en 1809, era un habitante de una colonia de holandeses a orillas del río Hudson en Norte América en la segunda mitad del siglo XVIII, que después de beber abundantemente una especie de ginebra con que lo convidaron unos misteriosos personajes en la cima de una montaña cercana a su aldea, se quedó dormido durante veinte años. Cuando despertó y regresó a su villa sólo unos pocos amigos que aun vivían lo reconocieron, aunque tardaron mucho en hacerlo. Se enteró con alivio de que su mujer había fallecido y con dolor de que también su perro había muerto. Su propia hija, que tampoco lo reconoció, se había casado y Rip tenía un nieto. Le costó mucho comprender lo sucedido en esos veinte años, durante los cuales se libró la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos de América. No obstante logró reinsertarse en su población y la graciosa narración finaliza diciendo que "Rip reanudó sus viejos paseos y costumbres; pronto encontró muchos de sus antiguos compañeros, aunque el tiempo no los había hecho mejores" y "No teniendo nada que hacer en casa, y habiendo llegado a aquella feliz edad en que un hombre puede impunemente dedicarse a la holgazanería, ocupó una vez más su lugar en el banco de la taberna". Las emociones que debe haber experimentado el bueno de Rip tuvieron que ser muy parecidas a las que experimento en mi actual escenario minuano.

Epiménides

"Hablar ante el pueblo es más difícil que hacerlo en un juicio. Y es natural, por cuanto [la oratoria política] trata de asuntos futuros, mientras que la forense se ocupa de hechos pasados, que son susceptibles de conocimiento científico hasta para los adivinos, como afirmó Epiménides de Creta (él, en efecto, no hacía sus adivinaciones sobre lo que iba a ocurrir, sino sobre los hechos pasados que permanecían oscuros)"…
Aristóteles - Retórica, libro III, 1418a 22-25.[2]




Epiménides de Cnossos

A continuación y por sorpresa mi memoria me alcanzó el recuerdo de otro célebre sueño de similares características que por una insólita coincidencia tuvo casi la misma extraña extensión que el lapso en que estuve "dormido" para Minas.
La historia de este sueño -que no es cuento ya que ha sido narrada por numerosos historiadores de la antigüedad, aunque tiene características de mito- es parte de la de Epiménides, nada menos que uno de los archifamosos "Siete sabios" de Grecia[3]. Este fue un legendario poeta y filósofo nacido en Cnossos (Creta) que vivió en el siglo VI a. C., y que quedó en los anales de la Lógica por haber inventado su famosa paradoja: "Todos los cretenses son mentirosos" afirmación que no puede ser verdadera ya que la dice él que era cretense; pero si es falsa, implica que los cretenses no son mentirosos, y entonces es verdadera, y este enredo sigue dando que hablar desde hace más de dos milenios y medio.
Refiere Diógenes Laercio, importante historiador griego de filosofía clásica que -se cree- nació en el siglo III d.C,[4] lo siguiente: "Enviado en cierta ocasión por su padre al campo, en busca de una oveja, se desvió del camino al mediodía y se quedó dormido en una cueva durante cincuenta y siete años. Al levantarse después, se puso a buscar su oveja y, como no la encontró, regresó al campo, que encontró todo cambiado y en posesión de otro, de forma que se dirigió de vuelta a la ciudad sin salir de su asombro. Y allí, al entrar en su casa, se encontró con la gente que le preguntaba quién era, y al fin halló a su hermano menor, que ya se había hecho un viejo, y supo de él toda la verdad. Al ser reconocido pasó a ser considerado entre los griegos un favorito de los dioses".
¡Cincuenta y siete años durmiendo Epiménides, cincuenta y ocho yo! ¿casualidad? Según E. R. Dodds "se dice también de Epiménides que pretendía ser una reencarnación de Eaco, y haber vivido muchas vidas en la tierra"[5] ¿Seré una reencarnación de Epiménides, una re-reencarnación de Eaco?

Adenda
Pero lo mío es tan sólo una sensación. No estuve durmiendo cincuenta y ocho años, sino viviendo en un mundo paralelo al de mis conocidos y amigos de Minas, con escaso contacto entre ambos, lo que provocó un hueco en la información mutua. Ciertamente tanto yo como Rip Van Winkle y Epiménides perdimos la oportunidad de "vivir con" esos compañeros y amigos, de "con-vivir" durante esos períodos.
Si bien "las horas que pasan ya no vuelven más" como dice Lepera con la voz de Gardel, poniéndonos al día sobre lo ocurrido en nuestras vidas, tal vez podamos recuperar parte de lo perdido. En las conversaciones que estoy manteniendo con esos compañeros y amigos, y en las que planeo entablar con otros con quienes todavía no me encontré, algunos espontáneamente me refieren sus cosas; de las de otros me entero por terceros y cuando me preguntan sobre mi vida en ese tiempo, también yo tengo mucho -bueno y malo; feliz y desgraciado- para contarles. Ahora es sólo cuestión de aprovechar el tiempo que nos reste.
Y como también yo alcancé la "feliz edad en que un hombre puede impunemente dedicarse a la holgazanería" espero contar con el tiempo necesario para atender también a mi mundo montevideano, en el cual viven dos de mis hijos con sus familias, tres amigos íntimos, y muchos queridos familiares, amigos y amigas; y al de la ahora próxima población de Villa Rosario, donde viven mi hijo mayor, su mujer y dos de mis nietos; el deseo de con-vivir con ellos fue uno de los motivos que cité al comienzo de esta narración.

Carlos L. Abraira
Minas, octubre de 2014.





[1] Washington Irving - Rip Van Winkle - Trad. de José Novo Cerro - Madrid, Espasa Calpe, 1947. Vale la pena leerlo en: http://www.cervantesvirtual.com/
[2] Aristóteles - Retórica - Trad. De Quintín Racionero - Madrid, Gredos, 1990, pág. 584.
[3] Carlos García Gual - Los siete sabios (y tres más) - Madrid, Alianza, 1989.
[4] Diógenes Laercio - Vida y opiniones de los filósofos ilustres - Trad. de Carlos García Gual - Madrid, Alianza, 2007
[5] Eric Robertson Dodds - Los griegos y lo irracional - Madrid, Alianza, 1980; pág.140.

1 comentario:

  1. Me tomé el tiempo necesario para leer tu publicación, con una narrativa a la que nos tienes acostumbrados, pero no por ser cotidiana pierde su exquisita idiosincrasia , espero y deseo continúes compartiendo " tu historia " incluyendo escenarios , nombres y tiempos. !!! un abrazo grande : Rayito Chaparro .

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