lunes, 12 de enero de 2015

Cincuenta y ocho años después

Volver
con la frente marchita,
las nieves del tiempo
platearon mi sien.
Alfredo Le Pera - Carlos Gardel

Estoy viviendo en la ciudad de Minas, capital del departamento de Lavalleja, República Oriental del Uruguay.
Fueron motivos muy importantes los que determinaron que trasladara mi domicilio a esta ciudad. De mis cuatro hijos, los tres que viven en Uruguay y sus familias colaboraron con dicha extraña decisión ayudándome a seleccionar una vivienda en ella, y luego en mi mudanza e instalación. Cuando el 1º de marzo de este año anocheció me encontró viviendo nuevamente aquí, cincuenta y ocho años después de haberme alejado de esta localidad.
Estrictamente yo no había vivido en la propia ciudad sino en el campo, a ocho kilómetros de ella en el serrano predio de la Compañía Salus, donde mi padre administraba la famosa "Fuente del Puma"; esto considerando que uno "vive" -es decir, habita, mora, reside- donde tiene su hogar, su casa, su domicilio, en fin, su "vivienda". Pero si por "vivir" entendemos ir al liceo, entablar amistades, despertar de la adolescencia con los primeros amores, concurrir a fiestas, bailes, reuniones de estudio y todas las acciones sociales que constituyen el sentido fuerte del concepto "vivir", ¡vaya si viví en Minas!
La "vida", no obstante, me llevó a realizar mis estudios terciarios en Montevideo, y así fue que en marzo de 1956 me alejé de mi hogar para residir con algunos amigos de esta ciudad que eligieron el mismo rumbo en pensiones y apartamentos de estudiantes, como otro residente minuano en mi ciudad natal. Al igual que ellos mantuve una umbilical dependencia con mi familia y con la capital de las sierras, hasta que con el trascurrir del tiempo me independicé económicamente, contraje matrimonios y llegaron los hijos. Mi nexo con Minas aun se extendió durante los veinticinco años que mis padres continuaron residiendo en Salus. Sin embargo a partir de su regreso a Montevideo en 1981, paulatinamente se redujo la frecuencia de mis visitas; venía solamente a ceremonias tales como bodas, sepelios, reuniones con ciertos grupos de amigos -algunas de varios días-, actos culturales y en algunas pocas ocasiones más. Como buena parte de mis amistades en Montevideo estaba formada por minuanos que se habían afincado en ella, como yo, pero cuyas visitas al hogar original eran frecuentes, por su intermedio me mantuve informado sobre los principales aconteceres de la ciudad de las sierras, o más bien sobre los conocidos que vivían en ella. En los últimos años fui convocado por los integrantes de la Casa Residentes de Lavalleja, de cuya Comisión Directiva formé (y aun formo) parte.
Y aquí estoy, contento con el cambio y reinsertándome de a poco en su vida social.
Durante los meses en que fui madurando la idea de retornar, traté de imaginar cómo sería mi nueva vida, cómo me reencontraría con mis antiguas amistades y cómo adaptaría mis rutinas y actividades a las costumbres locales. Durante esos cincuenta y ocho años había mantenido una relación, a veces estrecha y otras no tanto, con unos pocos amigos, los más íntimos, y estaba al corriente de sus vidas, pero de muchos otros no supe casi nada.
A poco de llegar establecí contacto con cuatro o cinco de esos amigos y amigas y algunas de sus familias como ya habíamos convenido, y en las conversaciones me fui enterando sobre los avatares de otros. Cada vez que averiguaba por alguien, con temor preguntaba: ¿vive? ya que eran de mi generación, por lo tanto de avanzada edad. Y la respuesta en muchos casos fue negativa.
A medida que pasaron los primeros días, deambulando por el centro pronto fueron apareciendo muchos antiguos compañeros con los que rápidamente entramos en amenas tertulias, generalmente cargadas de recuerdos y anécdotas.
Y mi imaginación me tendió una trampa, al apoyarse ingenuamente en los cortos videos y escasas fotografías que mi memoria le brindaba, sin percatarme de que el tiempo también trascurrió en sus vidas y costumbres, así como en las de la ciudad. Caí en la cuenta con asombro y decepción de que sobre la mayoría no sabía nada. Había dejado de estar al tanto de sus vidas cuando estas recién comenzaban, eran jóvenes y en su mayor parte aun no habían formado un hogar ni comenzado su vida laboral, al menos la definitiva. Y ahora unos están viudos, otros divorciados, pocos todavía viven con sus esposas o maridos, muchos tienen nietos, casi todos están jubilados o finalizaron su etapa laboral, varios vivieron durante prolongados lapsos en otros países; para situarme tengo que preguntarles, a ellos mismos o a veces por vergüenza a otros, sobre qué hicieron "en la vida", cómo les fue, que familia formaron... Observo cómo son, cómo están, pero para saber realmente quiénes son debo interiorizarme sobre qué les ocurrió durante mi prolongado ostracismo de cincuenta y ocho años, en qué contexto vivieron, cuál fue su "circunstancia" según el modelo de Ortega y Gasset; siento mi ignorancia al respecto como si hubiera estado durmiendo mientras se desarrollaban sus vidas.
¡Yo durmiendo mientras se desarrollaban sus vidas! Esa metáfora de inmediato me trajo a la memoria la historia de Rip Van Winkle[1] disfrutada en mi ya lejana niñez.

Rip Van Winkle

El retorno de Rip Van Winkle. John Quidor

Este simpático protagonista del famoso cuento que lleva su nombre, escrito por el inglés Washington Irving y publicado en 1809, era un habitante de una colonia de holandeses a orillas del río Hudson en Norte América en la segunda mitad del siglo XVIII, que después de beber abundantemente una especie de ginebra con que lo convidaron unos misteriosos personajes en la cima de una montaña cercana a su aldea, se quedó dormido durante veinte años. Cuando despertó y regresó a su villa sólo unos pocos amigos que aun vivían lo reconocieron, aunque tardaron mucho en hacerlo. Se enteró con alivio de que su mujer había fallecido y con dolor de que también su perro había muerto. Su propia hija, que tampoco lo reconoció, se había casado y Rip tenía un nieto. Le costó mucho comprender lo sucedido en esos veinte años, durante los cuales se libró la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos de América. No obstante logró reinsertarse en su población y la graciosa narración finaliza diciendo que "Rip reanudó sus viejos paseos y costumbres; pronto encontró muchos de sus antiguos compañeros, aunque el tiempo no los había hecho mejores" y "No teniendo nada que hacer en casa, y habiendo llegado a aquella feliz edad en que un hombre puede impunemente dedicarse a la holgazanería, ocupó una vez más su lugar en el banco de la taberna". Las emociones que debe haber experimentado el bueno de Rip tuvieron que ser muy parecidas a las que experimento en mi actual escenario minuano.

Epiménides

"Hablar ante el pueblo es más difícil que hacerlo en un juicio. Y es natural, por cuanto [la oratoria política] trata de asuntos futuros, mientras que la forense se ocupa de hechos pasados, que son susceptibles de conocimiento científico hasta para los adivinos, como afirmó Epiménides de Creta (él, en efecto, no hacía sus adivinaciones sobre lo que iba a ocurrir, sino sobre los hechos pasados que permanecían oscuros)"…
Aristóteles - Retórica, libro III, 1418a 22-25.[2]




Epiménides de Cnossos

A continuación y por sorpresa mi memoria me alcanzó el recuerdo de otro célebre sueño de similares características que por una insólita coincidencia tuvo casi la misma extraña extensión que el lapso en que estuve "dormido" para Minas.
La historia de este sueño -que no es cuento ya que ha sido narrada por numerosos historiadores de la antigüedad, aunque tiene características de mito- es parte de la de Epiménides, nada menos que uno de los archifamosos "Siete sabios" de Grecia[3]. Este fue un legendario poeta y filósofo nacido en Cnossos (Creta) que vivió en el siglo VI a. C., y que quedó en los anales de la Lógica por haber inventado su famosa paradoja: "Todos los cretenses son mentirosos" afirmación que no puede ser verdadera ya que la dice él que era cretense; pero si es falsa, implica que los cretenses no son mentirosos, y entonces es verdadera, y este enredo sigue dando que hablar desde hace más de dos milenios y medio.
Refiere Diógenes Laercio, importante historiador griego de filosofía clásica que -se cree- nació en el siglo III d.C,[4] lo siguiente: "Enviado en cierta ocasión por su padre al campo, en busca de una oveja, se desvió del camino al mediodía y se quedó dormido en una cueva durante cincuenta y siete años. Al levantarse después, se puso a buscar su oveja y, como no la encontró, regresó al campo, que encontró todo cambiado y en posesión de otro, de forma que se dirigió de vuelta a la ciudad sin salir de su asombro. Y allí, al entrar en su casa, se encontró con la gente que le preguntaba quién era, y al fin halló a su hermano menor, que ya se había hecho un viejo, y supo de él toda la verdad. Al ser reconocido pasó a ser considerado entre los griegos un favorito de los dioses".
¡Cincuenta y siete años durmiendo Epiménides, cincuenta y ocho yo! ¿casualidad? Según E. R. Dodds "se dice también de Epiménides que pretendía ser una reencarnación de Eaco, y haber vivido muchas vidas en la tierra"[5] ¿Seré una reencarnación de Epiménides, una re-reencarnación de Eaco?

Adenda
Pero lo mío es tan sólo una sensación. No estuve durmiendo cincuenta y ocho años, sino viviendo en un mundo paralelo al de mis conocidos y amigos de Minas, con escaso contacto entre ambos, lo que provocó un hueco en la información mutua. Ciertamente tanto yo como Rip Van Winkle y Epiménides perdimos la oportunidad de "vivir con" esos compañeros y amigos, de "con-vivir" durante esos períodos.
Si bien "las horas que pasan ya no vuelven más" como dice Lepera con la voz de Gardel, poniéndonos al día sobre lo ocurrido en nuestras vidas, tal vez podamos recuperar parte de lo perdido. En las conversaciones que estoy manteniendo con esos compañeros y amigos, y en las que planeo entablar con otros con quienes todavía no me encontré, algunos espontáneamente me refieren sus cosas; de las de otros me entero por terceros y cuando me preguntan sobre mi vida en ese tiempo, también yo tengo mucho -bueno y malo; feliz y desgraciado- para contarles. Ahora es sólo cuestión de aprovechar el tiempo que nos reste.
Y como también yo alcancé la "feliz edad en que un hombre puede impunemente dedicarse a la holgazanería" espero contar con el tiempo necesario para atender también a mi mundo montevideano, en el cual viven dos de mis hijos con sus familias, tres amigos íntimos, y muchos queridos familiares, amigos y amigas; y al de la ahora próxima población de Villa Rosario, donde viven mi hijo mayor, su mujer y dos de mis nietos; el deseo de con-vivir con ellos fue uno de los motivos que cité al comienzo de esta narración.

Carlos L. Abraira
Minas, octubre de 2014.





[1] Washington Irving - Rip Van Winkle - Trad. de José Novo Cerro - Madrid, Espasa Calpe, 1947. Vale la pena leerlo en: http://www.cervantesvirtual.com/
[2] Aristóteles - Retórica - Trad. De Quintín Racionero - Madrid, Gredos, 1990, pág. 584.
[3] Carlos García Gual - Los siete sabios (y tres más) - Madrid, Alianza, 1989.
[4] Diógenes Laercio - Vida y opiniones de los filósofos ilustres - Trad. de Carlos García Gual - Madrid, Alianza, 2007
[5] Eric Robertson Dodds - Los griegos y lo irracional - Madrid, Alianza, 1980; pág.140.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Panta rei (Todo fluye)

La semana pasada, el jueves 2 de setiembre, oí en el programa “Buscadores” de Canal 5 un mensaje de un televidente recordando que se conmemoraban “66 años” del cambio de mano en la circulación vehicular de nuestro país, ocurrido el “2 de setiembre de 1944”. Ninguno de los cuatro panelistas observó el error, ya que la verdadera fecha de dicho trascendente cambio fue el 2 de setiembre de 1945, hace 65 años. La aclaración de esta equivocación y el ánimo de recordar y compartir las circunstancias de esa jornada motivan la siguiente nota.

2 de setiembre – Cambio de mano

πάντα ρει (todo fluye)
Heráclito de Éfeso
Historia de la “mano” de circulación
En los caminos del Imperio Romano se circulaba por la derecha, ya que todo lo que venía por la izquierda era considerado como signo de mal agüero. Sin embargo, los carruajes y jinetes británicos lo hacían por el lado izquierdo de los caminos, aún antes que Mary Tudor estableciera la primera ordenanza de tránsito en 1555. De ahí que en los países y regiones de influencia británica, se adoptara la izquierda como norma de transitar. La Revolución Norteamericana y la Francesa reaccionaron contra muchas leyes y costumbres inglesas, y entre otras cosas, cambiaron su tránsito a la mano derecha. Así es que Napoleón Bonaparte durante sus campañas estableció la costumbre de que sus carruajes atravesaran toda Europa ocupando el lado derecho de los caminos. A partir de esto, los países en los que la influencia cultural francesa se fue haciendo sentir, adoptaron paulatinamente la circulación por la derecha.
En la actualidad aproximadamente dos tercios de la población mundial (más, si tenemos en cuenta el número de conductores), vive en países que conducen por la derecha; por el aumento de viajes internacionales predomina la tendencia a conducir en el mismo sentido que los países vecinos, como ocurrió en el curioso caso de Namibia, en África, único país del mundo que cambió de circular por la derecha a hacerlo por la izquierda. 
En nuestro país, vaya a saberse porqué, la primer norma de circulación fue del 25 de abril de 1889, cuando la Junta Económico Administrativa aprobó la "Ordenanza Municipal de Tránsito de Montevideo", por la cual todo rodado debía circular por la izquierda, y el presidente Máximo Tajes la homologó el 17 de junio de 1889 con carácter nacional. 


El Gaucho parece indicar al tránsito de 18 de Julio la nueva mano que se avecina

El 2 de setiembre de 1945
Ese día, las radioemisoras uruguayas y de todo el mundo anunciaron que el Ministro de Asuntos Exteriores de Japón, Mamoru Shigemitsu, había firmado la rendición de su país ante el comandante supremo de los Aliados, general Douglas MacArthur y militares de alto rango de todas las fuerzas aliadas, a bordo del buque de guerra estadounidense Missouri anclado en la bahía de Tokio. La capitulación del último país del Eje, tras la caída de la Alemania nazi el 8 de mayo, puso fin oficial a los seis años más sangrientos de la historia de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial.
En la misma fecha, en otra parte de Asia no demasiado lejana, ocurrió otro hecho de trascendencia mundial: nació la República Democrática de Vietnam, cuando el líder de su revolución Ho Chi Minh proclamó la independencia en Hanói, su capital.
Y en Uruguay, ese mismo día, sucedió algo mucho menos relevante pero que afectó a todos sus ciudadanos: se cambió la circulación vehicular a la mano derecha.

El motivo del cambio de mano fue, fundamentalmente, la unificación de las normas de circulación en toda América. Uruguay fue el último país sudamericano -si exceptuamos a Surinam y Guyana que todavía conducen por la izquierda-  en adoptar la medida, Argentina lo había hecho tres meses antes. Entre otras cosas, se pensaba que la carretera panamericana que iba a conectar por tierra a todos los países del continente, y por la que se iba a circular por la derecha, era un proyecto a corto plazo. La Convención de la OEA -llamada en ese entonces Unión Panamericana- de 1930, había aconsejado la medida, y el Congreso Panamericano de Carreteras celebrado en Santiago de Chile, opinó que el momento era propicio, ya que al final de la Guerra se reabrirían las importaciones y los nuevos automóviles vendrían con el volante a la izquierda.
Los que recordamos esa época tenemos grabada la fecha en la memoria, ya que en 1945, nuestro país y especialmente Montevideo se había llenado de unos llamativos afiches amarillos en el medio de los cuales se destacaba una roja mano derecha en actitud de “Pare” sobre la única leyenda: “2 de setiembre – Cambio de mano”.
Durante mucho tiempo conservé una copia del afiche que las maestras hicieron incorporar a todos los escolares en su “carpeta” -en mi caso la de segundo año- por lo que puedo asegurar que fue en 1945. Y por esos años en la escuela nos enseñaron que las palabras “septiembre” y “obscuro”, en nuestro país ahora se escribían “setiembre” y “oscuro”.
Entonces, el domingo 2 de setiembre de 1945, a las cuatro de la mañana el territorio de la República Oriental del Uruguay todavía permanecía oscuro, cuando el escaso desplazamiento de vehículos en sus calles y rutas debió cambiar su senda de circulación (habría sido interesantísimo estar a esa hora en alguna avenida importante para presenciarlo).


Antes del cambio - 18 de Julio y Julio Herrera y Obes
   
Amaneció un día casi primaveral y soleado. Mi madre nos llevó, a mi hermana Leticia y a mi (Leticia estaba por llegar a sus cuatro años y yo a mis ocho) hasta el cruce de la calle Asencio (hoy Grito de Asencio) con la avenida más importante del barrio, Agraciada, para observar la nueva circulación de los vehículos por la senda derecha. Nos instalamos en la nueva parada –las paradas de transporte colectivo ese día cambiaron de esquina, para situarse antes de que los coches cruzaran las calles- justo enfrente de donde estaba por ser demolido el edificio de mi escuela, que se había trasladado ese mismo año a otra ubicación para dar lugar a la plazoleta donde sería instalado el monumento al General San Martín de Edmundo Prati, lo que se concretó ¡veinte años después!
Muchos vecinos estaban junto a nosotros disfrutando de lo que constituía una asombrosa transfiguración del paisaje capitalino. Prestábamos especial atención a los ómnibus y tranvías, ya que eran los que mostraban la mayor novedad.

Los tranvías



Este modelo de tranvía circulaba cuando el cambio

El conductor de los tranvías, el “motorman”, iba de pie en el centro de la plataforma delantera desde donde gobernaba su movimiento con dos palancas horizontales giratorias, a las que cada motorman colocaba sus fundas personales, generalmente tejidas de lana de colores en el “manubrio” vertical; una era el freno y la otra el acelerador. 


La palanca del motorman hacía esto
Cuando el tranvía llegaba a un cruce de vías, tenía que seleccionar por cual seguir. Entonces el motorman detenía el vehículo y a veces sin descender, tomaba la “palanca”. Esta era una gruesa varilla de hierro cuyo extremo superior en forma de mango de paraguas servía para colgarla en el costado del coche, y terminaba en un borde achatado como un gigantesco destornillador. Con ella hacía el desvío, el “cambio de aguja”, para lo cual la introducía haciendo cuña entre los rieles corriendo el que no iba a ser utilizado unos centímetros con lo que la rueda del tranvía, de hierro con borde saliente, continuaba rodando en la otra dirección (sistema similar al de los ferrocarriles).
Algunos tranvías eran simétricos, tenían motores eléctricos y comandos tanto en la plataforma delantera como en la trasera, de manera que eran “reversibles”; cuando llegaban al destino no doblaban, sino que sólo se giraba 180° el “troley” que llevaba la energía eléctrica desde el único cable aéreo a sus motores, y el motorman pasaba a la otra plataforma (sin olvidar sus fundas).
Como dijimos, el motorman conducía colocado en el centro de la plataforma delantera, sobre el eje del coche, por lo que el cambio de mano no lo afectó mayormente. Pero los pasajeros debíamos subir o descender de los tranvías ahora por las escalerillas de su costado derecho. Tanto las plataformas traseras –de ascenso y descenso-, como las delanteras –solo de descenso- eran abiertas, y su único cerramiento era una rejilla plegable de metal de aproximadamente un metro de altura. Al cambiar la mano, y con ella el lado por el que los pasajeros subían o bajaban del tranvía, simplemente se abrieron las rejillas del costado derecho y cerraron las del abandonado costado izquierdo.

Los ómnibus

Antes del cambio: dirección a la derecha y puertas a la izquierda

Con los ómnibus –por favor, no omnibuses como se lee en 909000 páginas de Internet- sucedió otro tanto. En ellos, como en los automóviles, seguramente el mayor inconveniente era la ubicación del “chofer” (del francés chauffeur) como se llamaba a los conductores. La cabina, todavía en algunos coches separada del cuerpo del vehículo donde viajaban los pasajeros, estaba sobre la derecha. El criterio es que el volante debe estar ubicado del lado más alejado del cordón de la vereda para que el conductor pueda ver hacia adelante cuando quiere rebasar a los que circulan en el mismo sentido. Los nuevos modelos de ómnibus y automóviles que se utilizaron en nuestro país a partir de 1945, ya traían la dirección a la izquierda.


Antes del cambio: dirección a la derecha y costado derecho sin puertas


Si bien, al igual que en los tranvías, se solucionó el ascenso por la derecha con una simple apertura de la rejilla plegable del costado derecho de la “plataforma”, cerrando la del lado izquierdo, no sucedió lo mismo con la puerta de descenso delantera, que no era una rejilla sino una puerta completa, accionada mecánicamente por el chofer. Hubo que modificar las carrocerías para cambiarlas desde la izquierda a la derecha. Esto debió realizarse antes y después del cambio de mano, desde que los que circulaban por la nueva mano el 2 de setiembre ya debían tener dicha puerta sobre su derecha; supongo que muchos coches fueron reformados antes, y los que todavía no podían circular, deben haber sido corregidos rápidamente para atender las nuevas necesidades.

Después del cambio; dirección todavía a la derecha y puertas también a la derecha

         La coladera
Era costumbre de los muchachos varones y hombres jóvenes –no de las mujeres de cualquier edad ni de los niños o ancianos- subir y bajar de los ómnibus y tranvías en movimiento, tanto es así que los motorman y choferes, si veían que en la parada pretendían ascender o descender unos pocos de estos, no detenían su andar totalmente sino que sólo aminoraban la velocidad de la marcha. Los “botijas” llamábamos a esta acción subir o “tirarse“ “de coladera”. En realidad, la coladera era la trepada  subrepticia a la parte exterior trasera de un medio de transporte colectivo. Los que hacían la coladera, debían subir y bajar en movimiento, ya que cuando el coche estaba detenido, el guarda –si los advertía y podía- lo impedía. Por analogía, ascender y descender en movimiento se llamaba “de coladera”. Mostrábamos las habilidades que podíamos realizar; la más difícil era la “coladera hacia atrás” o “porteña” al bajar, que consistía en saltar girando en el aire hasta quedar de espaldas a la dirección del vehículo y tocar el suelo con los pies hacia atrás; a veces conseguíamos quedar “clavados” o al menos detenernos al dar un par de pasos hacia atrás –como vemos en la gimnasia olímpica-. Los campeones de dicha acrobacia, con su pesado atado de periódicos bajo el brazo y colgado del cuello con una cinta de cuero, eran los “canillitas” que subían y bajaban continuamente voceando los titulares de las noticias de los diarios que vendían. Cuando cambió el lado del coche desde el cual se saltaba, hubo que reaprender las destrezas; ahora el pie que tocaba primero el suelo era el derecho en lugar del izquierdo. ¡La de porrazos que hubo en los primeros tiempos! Imprevista consecuencia del cambio de mano.

Los automóviles
Al igual que los ómnibus, tenían el volante en la derecha con los mismos inconvenientes. Pero además, no tenían señaleros (si no recuerdo mal, estos recién llegaron con el modelo de Ford Prefect en 1947, en forma de dos palanquitas luminosas que se lavantaban mecánicamente entre la puerta trasera y la delantera contra el techo). Para anunciar a los que venían detrás que se iba a doblar -o a rebasar otro vehículo cambiando se senda-, era obligatorio “sacar la mano” por la ventanilla, el brazo extendido hacia la derecha o hacia arriba con la mano indicando la izquierda, según el caso, con la consiguiente mojadura en los días de lluvia que exigían abrir las ventanillas, engorrosa operación para la que había que girar repetidamente la palanca que bajaba el vidrio.
El día del cambio de mano la mayoría de los choferes pegaron en la luneta trasera de sus autos cartelitos de papel con una flecha indicadora, para indicar que debían ser rebasados por la izquierda.

Los carros


La jardinera del panadero

Con todo, el espectáculo más interesante de ese fantástico día, por lo curioso y hasta reidero, fue el de los vehículos de tracción a sangre.
Por ese entonces, en las ciudades uruguayas y especialmente en Montevideo, el abastecimiento de ciertas mercaderías de consumo habitual era realizado por carros tirados por caballos o sus primos las mulas. Por mi casa pasaban casi diariamente, en horarios conocidos, el carro del lechero –el más ruidoso, por el entrechocar de las botellas de vidrio-, el carro del panadero, el carro del verdulero, el carro del almacenero, el carro del colchonero -que ofrecía el servicio de “escardar” la lana de los colchones “vencidos” dejándolos como nuevos-, el carro del hielo, el carro del “Agua Jane” (con sus cuatro impresionantes y blancos caballos frisones), el carro de la basura, el del compra-ventero (“camas de bronce y colchones coooompro, artículos de hierro y de hojalata coooompro” cantaba su propietario), y tal vez algunos más, que no recuerdo en este momento.
Esos carros, que eran llamados “jardineras”, recorrían cuadra por cuadra llevando sus mercancías a los clientes. Rodaban sobre dos ruedas enormes con llanta de hierro; los que debían preservar sus mercaderías eran techados, y aún algunos tenían adelante dos ruedas más pequeñas. Tiraban de ellos uno o dos caballos, con anteojeras, un característico collar con cascabeles que tintineaban en su pechera y algunos con plumas de adorno en su frente.
Como detalle, el del hielo se detenía solamente en cada esquina, y a él acudíamos para comprar “un kilo”, “dos quilos y medio”, etc. de hielo, que el hielero cortaba de una larga barra de unos 20 x 20 centímetros de sección y hasta un par de metros de largo, con una “uña” especial. Después pesaba el trozo en una balanza, sin errar casi nunca lo solicitado. Con ese hielo alimentábamos las “heladeras”, simples muebles de madera que entre una doble pared de hojalata tenían planchas de corcho natural como aislante, manteniendo la leche, la manteca, la carne y otros alimentos enfriados hasta el día siguiente (nuestro hogar fue de los privilegiados que obtuvo su primera heladera eléctrica –con el motor arriba- allá por la década de 1950...).
Los carros “ambulantes”, que iban ofreciendo productos y servicios, recorrían lentamente las calles esperando las solicitudes, pero los que tenían sus clientes fijos, como el del lechero, el del panadero, el del verdulero, se detenían prácticamente en cada puerta. Los caballos ya tenían registrada cada parada, haciendo muchas veces innecesario que su dueño subiera y bajara del pescante del carro: bastaba un suave grito para que arrancaran y se detuvieran frente a la casa del siguiente cliente.
Se destacaba el carro del basurero, con tres mulas a las que bastaba oír la orden para detenerse o seguir frente al “cajón“ o “tacho” de basura –no existían las bolsas plásticas, los primeros objetos de “material plástico” llegaron a nuestro país en 1949, y las bolsas muchísimo después- que cada vecino sacaba poco antes de su pasada.
Estos animales, con su itinerario absolutamente condicionado, ¿cómo iban a responder al cambio de mano? La tenaz lucha de sus conductores demoró semanas para reacostumbrarlos a ir por la derecha, y sus jocosas dificultades fueron quizás lo más sabroso que recuerdo como anécdota de la nueva situación (especialmente las mulas del basurero, que se “empacaban” negándose a seguir y desesperando a los basureros que se veían obligados a utilizar sus rebenques).

Los peatones
Desde de ese día tuvimos que acostumbrarnos a “mirar al revés” al cruzar las calles, es decir, poner atención a los vehículos que venían ahora por la mano derecha. En los primeros días hubo no pocos accidentes, un par de ellos mortales, porque la costumbre de atender a los que se nos acercaban por la mano izquierda estaba muy incorporada a nuestros hábitos. No fueron sólo las mulas y los caballos los que tuvieron que reacondicionar sus reflejos...

Los varitas
Los que seguramente tuvieron que multiplicar sus esfuerzos desde el día del cambio de mano, fueron los “varitas”. Estos eran policías entrenados especialmente para ordenar el tránsito. Los varitas agregaban a su uniforme unas anchas y blanquísimas bocamangas de cuero y un casco también blanco, y desde garitas elevadas y con techo especialmente situadas en los cruces complicados de mayor circulación de vehículos, o simplemente parados en unas tarimitas portátiles de madera, dirigían el tránsito haciendo sonar un sonoro pito que emitía dos notas características. Comenzaron a ser sustituidos a partir del 15 de febrero de 1953, cuando se inauguraron los primeros semáforos automáticos en Montevideo, en el tramo de 18 de Julio entre Andes y Ejido (recuerdo cuando ese año se hizo el ensayo del primero de ellos, instalado en la esquina de 18 de Julio y Río Negro).

Por falta de mano
Cuando todavía no estaban bien asumidas las normas de circulación, sobre todo en algunos pueblos o pequeñas ciudades del interior de nuestro país, sucedió este jocoso episodio. Contaba el escritor Santiago Dossetti, uno de los principales referentes de la cultura minuana -a quien conocí y de cuyos hijos fui amigo- que a principios del siglo XX, los dos únicos autos que había en la ciudad de Minas se encontraron de frente en la calle principal, y sus choferes quedaron tan desconcertados que sin saber para qué lado desviar, chocaron.

Colofón
Citando nuevamente a Heráclito de Éfeso, uno de los más trascendentes aforismos –complementario del del acápite- que nos legó dice: ποταμοις τοις αυτοις εμβαινομεν τε και ουκ εμβαινομεν, ειμεν τε και ουκ ειμεν τε, cuya transliteración es: En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos.
Apoderándonos ilegítimamente de su esencia podríamos decir que al mismo tranvía que antes subíamos por la izquierda, ahora subíamos por la derecha, pero ni los tranvías ni nosotros éramos ya los mismos.

Carlos Abraira







jueves, 10 de septiembre de 2009

El ancho arroyo del Lazarillo de Tormes

La mentira redefinida




por Carlos Abraira

Capítulo primero: Siete célebres mentiras

1. Introducción


Todos sabemos lo que es mentir. Ninguno dejó de realizar, tempranamente, en los albores de su conciencia infantil, tan humana acción. Y también entonces aprendimos a reconocer los fallidos intentos de engañarnos.
Al principio lo hacíamos –tanto mentir como detectar la mentira- muy ingenuamente, más adelante nos fuimos perfeccionando. Algunos seguimos mintiendo con alguna frecuencia, otros pocos en pocas ocasiones, muchos en muchas y casi seguramente ninguno en ninguna. Pero todos, al ir madurando, mejoramos nuestra capacidad de detección de mentiras, y concomitantemente la calidad de las que podemos producir.
No nos es menester conocer la definición de mentir para hacerlo, sólo nos es necesaria a la hora de estudiar la mentira. Dice el DRAE que mentir es “decir o manifestar lo contrario de lo que se piensa, con la intención de engañar”, definiendo agustinianamente el concepto.
Por ahora, conformémonos con esta definición.
Comenzamos nuestro estudio sobre la mentira examinando algunos casos célebres.






2. El ancho arroyo del Lazarillo de Tormes

—Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo.
(Su amo ciego a Lázaro, después de golpearlo como escarmiento inicial)






Allá por 1554, en la celebérrima novela picaresca “La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades”, su anónimo autor, escribiendo en primera persona y en forma epistolar, pone en boca de Lázaro la confesión de la sabrosa picardía que éste utilizó, cuando aun era niño, para librarse de su perverso amo ciego.
Nos servimos de la hermosa versión original para evitar alguna pérdida de frescura en la traducción al castellano moderno.

“Visto esto y las malas burlas que el ciego burlaba de mí, determiné de todo en todo dejalle, y como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego que me hizo afirmelo más. Y fue ansí, que luego otro día salimos por la villa a pedir limosna, y había llovido mucho la noche antes; y porque el día también llovía, y andaba rezando debajo de unos portales que en aquel pueblo había, donde no nos mojamos; mas como la noche se venía y el llover no cesaba, díjome el ciego:
—Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la noche más cierra, más recia. Acojámonos a la posada con tiempo.
Para ir allá, habíamos de pasar un arroyo que con la mucha agua iba grande.

[En este instante, Lázaro urde muy rápidamente la treta con la que intentará –y logrará- liberarse. Si bien no lo dice, sabemos por su continuación que la siguiente frase es la mentira inicial de su plan]
Yo le dije:
Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por donde travesemos más aína sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto.
Parecióle buen consejo y dijo:
—Discreto eres; por esto te quiero bien. Llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados.
Yo, que vi el aparejo a mi deseo,
[aquí Lázaro corrobora que su mentira ha sido creída por el ciego, y emprende la acción prevista en su plan]
saquéle debajo de los portales, y llevélo derecho de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre la cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas, y dijele:
[ahora Lázaro complementa su mentira]
Tío, este es el paso mas angosto que en el arroyo hay.
Como llovía recio, y el triste se mojaba, y con la priesa que llevábamos de salir del agua que encima de nos caía, y lo más principal, porque Dios le cegó aquella hora el entendimiento (fue por darme dél venganza), creyóse de mi y dijo:
[con esto, a pesar de haber caído en el engaño, el desconfiado ciego toma alguna precaución; posiblemente quiere comprobar con su aguzado oído el salto de Lázaro y su resultado]
—Ponme bien derecho, y salta tú el arroyo.
[Como la precaución de su amo no interfiere con su plan, Lázaro prosigue con él]
Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy un salto y póngome detrás del poste como quien espera tope de toro, y díjele:



[esta es la última frase de la mentira, si el plan resulta como Lázaro espera]
¡Sus! Salta todo lo que podáis, porque deis deste cabo del agua.
Aun apenas lo había acabado de decir cuando se abalanza el pobre ciego como cabrón, y de toda su fuerza arremete, tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran calabaza, y cayó luego para atrás, medio muerto y hendida la cabeza.



Decorado del kiosco de la plaza de Escalona (Toledo)


[La ironía que sigue, referente a un episodio anterior, descubre para el descalabrado ciego –y solo para él, de lo contrario el plan se quedaría sin coartada- la mentira de Lázaro. Sin ella el ciego hubiera demorado en comprender la situación, si es que lograba atar cabos a partir de lo que le pudieran informar los que acudieron en su ayuda, pero es la confirmación de que la intención de Lázaro incluía, como segundo objetivo, la venganza]
—¿Cómo, y olistes la longaniza y no el poste? ¡Ole! ¡Ole! —le dije yo.
Y dejéle en poder de mucha gente que lo había ido a socorrer, y tomé la puerta de la villa en los pies de un trote, y antes que la noche viniese di conmigo en Torrijos. No supe más lo que Dios dél hizo, ni curé de lo saber.
[con ésto Lázaro nos indica que logró su objetivo de liberación]


Escultura en bronce del Lazarillo de Tormes con el ciego, en Salamanca, obra del escultor Agustín Casilla



Esquematicemos algunos elementos esenciales de la mentira contenida en el texto anterior:


a. Objetivo de Lázaro: escaparse del amo ciego y perverso: “determiné de todo en todo dejalle”.


b. Estrategia: debe hacerle creer al ciego que para proseguir su camino hacia un refugio tienen que atravesar un arroyo que la copiosa lluvia forma, y que lo pueden hacer sin empaparse saltando sobre su parte más angosta. Si logra que el ciego acepte esto, deberá enfrentarlo a un poste de roca que se halla en el lugar donde le indicará que está la imaginaria estrechez del arroyo, para que al saltarla, se golpee con fuerza contra el poste.
La mentira es plausible, ya que tiene apariencia de sincera y conveniente solución para la situación que ambos padecen, habida cuenta de que el amo sabe que también Lázaro se está mojando.
Lázaro también cuenta conque la premura de la determinación que debe adoptar el ciego si acepta su sugerencia -ya que llovía recio, se mojaba y tenía prisa por hallar refugio en la posada-, pudiera distraerlo y dejar de lado por un momento su habitual y astuta desconfianza (lo que efectivamente sucede).
Además, los posibles observadores de la acción –“la mucha gente” que fue a socorrer al maltrecho ciego casi de inmediato, seguramente presentida por Lázaro- aun cuando vieran el torpe salto, no tendrían motivos para sospechar el engaño, y al quedar el ciego muy golpeado y atolondrado demoraría en comprender la mentira y en persuadirlos de ella, y así Lázaro tendría tiempo suficiente para salir de la villa y hacerse humo.

c. Cómo sabemos que es mentira (la mentira):
En este caso, nos lo confiesa el propio Lázaro –o su anónimo creador, el autor de la novela, que al narrarla en primera persona es el “ojo de Dios” que conoce sus pensamientos.


3. La neumonía terminal de René Descartes


(en la próxima entrega)





martes, 14 de julio de 2009

¡Se casa Piringo!

La primer boda heteroespecial-homosexual en la historia de la humanidad.
¿Deberían legislarse la zoofilia y la fitofilia?
Peter Paul Rubens -Leda y el cisne - National Gallery of London

Mañana, domingo, se celebrará el casamiento de Piringo con un pajarillo santodominicano. Serán padrinos de esta original ceremonia Don Juan Barrigón y Doña Catalina Rebozo de Harina. Durante la reunión que los contrayentes ofrecerán a sus familiares y amistades con el propósito de festejar su inusitado enlace, el padrino ejecutará algunas piezas musicales mediante el exótico instrumento en el cual es especialista: la "caja", de la que consigue arrancar extraordinarios y melodiosos acordes con su arco especialmente construido con una rama seca de Hordeum murinum (Cola de ratón).

La noticia de este singular acontecimiento nos llegó de boca de nuestra abuela, y muchos de nuestros amigos fueron enterados por las suyas (las abuelas de ellos, no las de usted, benévolo lector)
[1]. [2]

Un tanto sorprendidos por el anuncio, decidimos investigar si esta original situación de un hombre contrayendo matrimonio con un ave macho -el pajarillo de Santo Domingo cuyo nombre no fue mencionado por nuestra abuela- tiene antecedentes registrados, pero no logramos hallarlos. Encontramos, sí, muchos casos muy similares, algunos de los cuales procedemos a describirle.

En los albores de la humanidad, según los griegos, cuando ya en el Olimpo reinaba el extravagante -por no decir otra cosa- Zeus entre los doce dioses de la Asamblea, cargo arrebatado a su titánico padre Cronos, aquél se dedicó principalmente a gobernar divirtiéndose, para lo cual se casó -o similar- con cuanta diosa o mortal se le cruzó por delante, engendrando una enorme y polifacética cantidad de hijos, dioses algunos y semidioses la mayoría, según que agarrara como madre de turno a una diosa o a una mortal.
No siempre le fue fácil; a pesar de sus enormes poderes, en muchas ocasiones no tuvo más remedio que recurrir a ardides para lograrlo.

Debutó con su hermana gemela, Hera. Como descontaba que ella no lo iba a aceptar como marido, se transformó en un pájaro, un cuco o cuclillo, (Cuculus canorus) (igual al que nos quiebra la monotonía a los que tenemos un reloj "cucú") embarrado, y cuando ella se compadeció de él y lo calentó cariñosamente en su seno, la violó. Por vergüenza, Hera se vio obligada a casarse con él, y tuvieron una noche de bodas que duró trescientos años. De ese matrimonio nacieron tres hijos: Ares, Efesto y Hebe.
No es para tanto, tres hijos en más de trescientos años, nosotros tuvimos cuatro en dieciocho, y nuestra hermana Beatriz (pero cada uno por separado), cinco en ocho años.
Fue la primer boda entre un pájaro macho y una diosa mujer.

A esta altura de nuestro divague debemos aclarar que decidimos no distinguir en la investigación entre dioses y hombres (y diosas y mujeres, agregarían Tabaré y sus imitadores, tergiversando nuestro hermoso y racional idioma, a pesar de su intrínseco e incambiable origen machista
[3]), considerándolos de distintas especies. No lo hicimos por dos motivos: la diferencia más relevante entre ellos es que los primeros eran inmortales[4] (aunque actualmente están todos muertos, lo cual demuestra que era una falsa diferencia), y además que hemos oído a muchos mortales y mortalas decir de sus parejas: "hace el amor como los dioses" lo cual los iguala, aumentando nuestra confusión. También los que hacen la comparación, deben haberlo hecho con los dioses, de lo contrario ¿cómo lo sabrían?

Obviado este detalle, ésta que acabo de narrar fue la primer boda pájaro-mujer, ésas sí dos distintas especies, es decir un casamiento heteroespecial.

No contento con su hazaña (¡qué botija este Zeus, che!), después de algún tiempo, tal vez algunos milenios, y de muchas persecuciones, bodas e hijos, se enamoró de Leda, una mortal casada con el rey Tindáreo, y la misma noche en que ellos (el matrimonio) habían tenido su relación íntima, se convirtió en un cisne (Cygnus olor) para engañarla y repitió lo que había hecho con Hera. De esas uniones casi simultáneas Leda quedó embarazada, y como es lógico (qué otra cosa podía esperar de la unión sexual con un cisne), puso un huevo, del que nacieron cuatro hijos: Cástor, Polux, Helena (la que después fue de Troya) y Clitemestra. Gran confusión: los cronistas (Lactancio, Higinio, Homero, Píndaro, etc.) no se ponen de acuerdo sobre cuáles de éstos eran hijos de Zeus y cuáles de Tindáreo. Los dioses olímpicos eran omnipotentes pero no omnisapientes; no conocían las pruebas de ADN (o les importaba un pito conocer la paternidad, sólo les importaba un pito).

Éste fue el segundo matrimonio entre un ave -el cisne- y una mujer. No puede considerarse violación por cuanto Zeus, como dios todopoderoso, no hubiera tenido problemas cada vez que se le hubiera antojado violar a alguien, como lo hizo con su hermana gemela; si recurrió a transfigurarse y otras yerbas, fue porque de ese modo iba a ser aceptado. Y ésto vale para cada uno de los casos que les seguiremos contando.

En otra ocasión el inefable Zeus se enamoró de Europa y decidió seducirla. Se transformó en un toro (Bos taurus) blanco. Cuando Europa y su séquito recogían flores cerca de la playa, ella vio al toro y acarició sus costados, y viendo que era manso, se le subió. Zeus aprovechó esa oportunidad y corrió al mar, nadando con ella sobre su lomo hasta la isla de Creta, donde la hizo suya bajo un plátano y la convirtió en reina (en todos los sentidos, fue la primer Reina de Creta). De este matrimonio nació Minos.


Gustave Moreau - El rapto de Europa


Según Diodoro Sículo, Pausanias, Virgilio y Apolodoro, el dios Poseidón, para vengarse de una afrenta que le había hecho Minos, hizo que Pasífae, la mujer de éste, se enamorara de un toro blanco. “Ella confió su pasión zoofílica a Dédalo, el famoso artífice ateniense que vivía desterrado en Cnosos deleitando a Minos y a su familia con las muñecas de madera animadas que construía para ellos. Dédalo prometió ayudarla y construyó una vaca de madera hueca que cubrió con un cuero de vaca. Le puso ruedas ocultas bajo las pezuñas y la llevó a la pradera de las cercanías de Gortina donde el toro de Poseidón pacía bajo las encinas entre las vacas de Minos. Luego de enseñar a Pasífae cómo se abría la portezuela corrediza situada en la parte trasera de la vaca, y de ayudarla a entrar con las piernas metidas en los cuartos traseros, se retiró discretamente. El toro blanco no tardó en acercarse y montar a la vaca de madera (de donde se deduce sin duda que Dédalo también afirmó las ruedas al piso), de modo que Pasífae vio satisfecho su deseo y a su tiempo dio a luz al Minotauro, monstruo con cabeza de toro y cuerpo humano”.

También Dionisos sedujo a la ninfa asiática Alfesibea, “la que trae muchos bueyes”, en figura de tigre (Panthera tigres).

Cambiemos un poco de panorama, ya que en todas partes se cuecen habas y también se consuman los no tan extraños fenómenos que nos ocupan.

Hemos detectado en el Ramayana, la gran epopeya hindú, que el dios Indra hizo con una ninfa lo mismo que Zeus con Hera, también convertido en un cuco o cuclillo; y si bien no hemos logrado determinar el resultado de esa unión, podemos considerarlo otro matrimonio entre un pájaro y una mujer.

Un caso distinto y vicevérsico fue el de Sedna, diosa de los Inuit -que así se llaman a sí mismos los esquimales-, que fue seducida por un ave de la familia de los petreles, un fulmar boreal (Fulmarus glaciales), que tenía la mágica propiedad de transformarse, así que se convirtió en hombre (Homo sapiens) para seducirla y se casó con ella. Cuando Sedna supo que su marido era un pájaro, huyó de él, y se produjo otra interesante historia, pero no es éste su lugar. Este es el episodio más auténtico y propio de matrimonio heteroespecial, ya que el novio es originalmente un animal que se convierte en hombre para lograr su propósito.

Entre los indígenas –o indios- Arapaho de Norte América se cuenta que una muchacha arapaho mereció un sitio junto al pueblo del cielo, donde se convirtió en la esposa de un mancebo celeste quien bajo la forma de un puerco espín (Erethizon dorsatum) la sedujo para llevarla a su hogar sobrenatural. ¡Sobre gustos no hay nada escrito! ¿Sería masoquista?

En todos estos casos se trata de matrimonio entre un animal macho con una mujer. Continúan siendo casamientos heteroespeciales (distintas especies) pero al mismo tiempo heterosexuales (distintos sexos).

Pero nuestro caso de Piringo -obviamente varón, mirá si una dama se va a llamar así- y nuestro "pajarillo de Santo Domingo" -también claramente macho, de lo contrario nuestra abuela nos hubiera dicho "una pajarilla"- no es el mismo. Es un matrimonio entre un hombre y una ave macho, distintas especies pero iguales sexos, una unión heteroespecial y al mismo tiempo homosexual.

Finalmente, en nuestra búsqueda, nos topamos con una extraordinaria perla al leer en la Metamorfosis de Ovidio, (Capítulo VI, 125) que Baco –el Dionisos griego, dios del vino- sedujo a Erígone, hija de Icario, ¡tomando la forma de un racimo de uvas!. Que sepamos, los racimos de uvas son asexuados y vegetales, por lo que éste es un caso de matrimonio heterogeneral (entre diferentes géneros, no ya especies) y de algún modo heterosexual (entre un ser femenino y uno asexuado, en definitiva distintos sexos). Tuvieron un hijo: Estáfilo “el racimo de uva”. ¡Qué original y rebuscado era Dionisos! ¿Cómo se las habrá arreglado?

Y después de todo esto, ¿habrá que complementar o cambiar la legislación?

Logos Lúdico
Carlos Abraira


Bibliografía:
· Arte y mito – Miguel Ángel Elvira Barba – Silex, Madrid, 2008
· El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito – Joseph Campbell – FCE, México, 1972
· Los mitos griegos – Robert Graves – Alianza, Madrid, 2007
· Metamorfosis – Ovidio – Cátedra, Madrid, 1995
· Ramayana – Valmiki – Iberia, Madrid, 1981

[1] Lo que nos dijo nuestra abuela, que recordamos bien porque era en verso y coincide casi exactamente con lo que informaron sus abuelas a nuestros amigos, fue textualmente: "Mañana es domingo, se casa Piringo con un pajarillo de Santo Domingo. ¿Quién es la madrina? Doña Catalina rebozo de harina. ¿Quién es el padrino? Don Juan Barrigón, que toca la caja con cola'e ratón".

[2] Nuestra abuela no nos informó sobre si la noche de bodas la pasarían Piringo y el pajarillo en un hotel o en una jaula (o en una jaula dentro de un hotel).

[3] Este tema será motivo de otra próxima nota-desvarío.

[4] Además se alimentaban exclusivamente de néctar y ambrosía; los mortales de lo que podían, como ahora. Y la otra diferencia, fundamental en nuestro caso, es que se podían transformar en cualquier cosa.